Dos años de represión en Bielorrusia: los periodistas en peligro se adaptan para sobrevivir
Cuando se cumplen dos años de la controvertida elección de Aleksander Lukashenko, los periodistas han tenido que adaptar sus métodos de trabajo para que sus voces no sean silenciadas. Reporteros Sin Fronteras ha hablado con varios de ellos, en su exilio forzoso.
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“A pesar de todos los esfuerzos de Aleksander Lukashenko para anularlos durante estos dos años, los periodistas independientes resisten en Bielorrusia”, afirma la responsable del Área de Europa del Este y Asia Central de RSF, Jeanne Cavelier. “RSF hace un llamamiento a la comunidad internacional para apoyar con acciones concretas su resistencia, en el marco de la lucha en pro de una información honesta, junto a sus compañeros de los medios independientes ucranianos y rusos”, añade.
Cerca de 500 detenciones en dos años, multas, censura, amenazas, registros, confiscaciones de material, condenas, malos tratos, tortura, represalias contra los allegados… La polémica elección presidencial del 9 de agosto de 2020 inauguró un período de drástica represión en Bielorrusia. ¿Cómo seguir informando en semejante clima de terror, cuando las fuerzas del orden hostigan a cualquier voz independiente? Para evitar correr la misma suerte que sus 32 compañeros encarcelados (ver aquí el recuento realizado por RSF), la mayoría de los periodistas bielorrusos se mueven en la clandestinidad y escriben de forma anónima, o practican la autocensura, evitando cualquier provocación o crítica al poder que pueda ser considerada “extremista”. Otros, han puesto rumbo al exilio.
Desde la controvertida reelección de Lukashenko, en agosto de 2020, las autoridades bielorrusas han ido reformando las leyes para dar un barniz de legalidad a los ataques contra la libertad de prensa, especialmente a través de una serie de enmiendas adoptadas en mayo de 2021. Esto ha permitido el cierre del digital más famoso del país, Tut.by, al que se le ha retirado su estatus de medio de comunicación y al que se ha censurado, registrado y acosado con acciones penales, para acabar siendo tildado de “extremista” y prohibido, como la mayoría de medios independientes. Solo la radiotelevisión pública BTRC sigue funcionando con normalidad y difundiendo la propaganda del régimen.
Periodismo colaborativo
Algunos periodistas no tienen más remedio que dejar el país. La Belarusian Association of Journalists (BAJ), socio local de RSF, estima que cerca de 400 periodistas han puesto rumbo al exilio, desde agosto de 2020, la mayoría de ellos hacia países fronterizos (como Polonia, Ucrania o Lituania). En esas condiciones, resulta imposible cubrir directamente lo que sucede sobre el terreno en Bielorrusia, lo que les lleva trabajar en estrecha colaboración con sus compañeros en territorio bielorruso; también reciben el apoyo de lectores que les envían fotos, vídeos e información. Así pues, la represión ha impulsado el auge de un periodismo ciudadano y colaborativo. Su principal herramienta es la plataforma de mensajería e información encriptada Telegram.
RSF entrevistó a algunos de estos periodistas para un informe publicado por su sección sueca. “Puedes hacer una foto, enviarla y Telegram elimina todos los metadatos”, explica Zmicier Mickiewicz, reportero de la cadena Belsat TV, exiliado en Varsovia (Polonia). “Incluso si la policía te requisa el teléfono, es imposible saber quién ha enviado la foto”, añade. La seguridad online se ha vuelto una cuestión de suma importancia para las redacciones, que invierten en la formación de sus periodistas e incluso comparten con sus audiencias consejos sobre herramientas de seguridad digital.
Siete años de cárcel por suscribirse a un canal de Telegram
Facilitar o consultar informaciones no está, sin embargo, exento de riesgo. Los lectores bielorrusos se enfrentan hasta a siete años de cárcel por el mero hecho de suscribirse al canal de Telegram de cualquier medio calificado como “extremista” por el poder, es decir, prácticamente todos los medios independientes, a día de hoy. Es en esta red social donde se encuentra la información en Bielorrusia, puesto que la mayoría de las webs han sido bloqueadas por las autoridades.
El público no parece desalentarse, a pesar de estas presiones. Las fuerzas especiales bielorrusas lograron, por ejemplo, piratear durante unos quince minutos el canal de Telegram de Radio Svaboda (filial del medio estadounidense Radio Free Europe/Radio Liberty) y difundir un anuncio amenazando con castigar a los suscriptores, asegurando que habían logrado identificar sus nombres. “Cuando retomamos el control de la cuenta, habíamos perdido menos del 5% de nuestra audiencia”, cuenta la periodista Aliaksandra Dynko, primero exiliada en Kiev, de donde tuvo que huir por segunda vez, tras la invasión rusa de Ucrania.
Informaciones falsas creadas por los servicios de seguridad
Para mantener esta confianza del público y una cobertura fiable sobre Bielorrusia, los periodistas en el exilio deben extremar las precauciones en la verificación de los hechos sobre los que informan. Los servicios de seguridad intentan desacreditar a los medios independientes creando informaciones falsas para desprestigiarlos. “Recibimos formación para mejorar nuestras habilidades de fact-checking y utilizamos numerosas y diversas herramientas”, explica Aliaksandra Dynko, como por ejemplo, los metadatos de imágenes.
La barrera de la distancia obliga, sin embargo, a no publicar algunos temas no verificables, especialmente los de ámbito muy local o aquellos para los que resulta muy difícil encontrar varias fuentes. “La gente tiene miedo de hablar con los medios independientes. Temen llamar la atención y que les sea perjudicial. Así que, disponemos de menos historias de cariz humano”, comenta Natallia Lubneuskaya, reportera en uno de los medios más veteranos del país, Nasha Niva, y herida por un disparo de la policía, en agosto de 2020.
Algunos periodistas se sienten, además, “privados de contexto”, cuando no directamente aislados. Para la reportera independiente Iryna Arakhouskaya, exiliada en Polonia, “es el mayor problema: no poder interactuar y quedar con gente que vive en tu propio país, no poder impregnarte del ambiente, de lo que sucede, de lo que la gente habla. Todo ello crea una especie de situación artificial, en la que estás alejada de la realidad”. Otros apuntan a la falta de comunicación con sus compañeros de profesión, puesto que la mayoría de las redacciones se han dispersado.
Siempre en lucha, a pesar del exilio
Casi todos tienen que vivir con traumas físicos y psicológicos. “Seguimos soñando con manifestaciones, con palizas, con la policía… Seguimos estando en el corazón de la lucha”, confiesa desde Varsovia el periodista independiente Anton Trafimovitch. “Lo hace todo más difícil”.
“Incluso en el exilio, algunos periodistas independientes creen que deben seguir practicando la autocensura, sobre todo porque temen estar poniendo en peligro a su familia en Bielorrusia”, explica Siri Hill, miembro de la Junta Directiva de Reporteros Sin Fronteras Suecia y autora del informe. “Según el testimonio de los que he entrevistado, las autoridades pueden detener a los padres de los periodistas o irrumpir en sus casas por el trabajo de sus hijos. Por eso, numerosos periodistas han decidido no utilizar su nombre real o firmar solo con sus iniciales, cuando tratan temas que pueden ser considerados sensibles, lo cual engloba cualquier crítica a Aleksander Lukashenko y a las autoridades, en general”, añade.
El miedo a las represalias sobre los allegados que se han quedado en el país o a ser secuestrado y repatriado por la fuerza puede, así, obligar a mantener el anonimato -a pesar del exilio-, la autocensura e, incluso, forzar el abandono de la profesión de periodista. “Tras el aterrizaje forzado en Bielorrusia del avión en el que volaba el bloguero Roman Protasevich, todos nos volvimos mucho más prudentes en materia de seguridad personal”, afirma Rouslan Koulevitch, periodista de la web de información local Hrodna.life, hospitalizado en agosto de 2020 por la paliza que recibió mientras estuvo detenido. “No decimos dónde vivimos y todo ese tipo de cosas. Aquí se puede venir fácilmente en coche, secuestrar a una persona, meterla en el maletero y dejar el país sin que nadie se dé cuenta”, añade. Exiliado en Polonia, hoy es cofundador de un nuevo medio: Most. Sin embargo, para algunos, el exilio pone punto final a su carrera profesional. Esto es especialmente cierto en el caso de los fotógrafos y fotoperiodistas, como Vadim Zamirovski, que huyó de Bielorrusia hacia Ucrania y, luego, a Lituania.
Todos estos desafíos se suman a los numerosos obstáculos ligados con la reubicación en otro país: las barreras administrativas, el coste de la vida, el aprendizaje de la lengua, etc. Para apoyar a los periodistas en esta situación y permitirles retomar lo antes posible su misión informativa, RSF lanzó junto a varios socios, el pasado mes de abril, JX Fund, un fondo europeo destinado a los periodistas exiliados. En el marco de su operación “Collateral Freedom”, RSF también ayuda a los sitios web bloqueados (como Zerkalo.io, el antiguo TUT.by, el digital más famoso de Bielorrusia) a sortear la censura y llegar al público, gracias a un sistema de “sitios espejo”, que permite alojar una copia de la web censurada en servidores internacionales, difíciles de bloquear.
Liderada por Aleksander Lukashenko desde 1994, que organiza su reelección en primera vuelta cada cinco años, Bielorrusia ocupa el puesto 153 de los 180 países analizados en la Clasificación Mundial de la Libertad de Prensa 2022 de RSF.