En la Cuba socialista, mientras la mayoría tiene que privarse durante varios meses si quiere un par de zapatos nuevos, algunos privilegiados pueden gastar el equivalente de cuatro años de salario promedio en una sola tarde de compras.
Por Iván García
En la Cuba socialista, mientras la mayoría tiene que privarse durante varios meses si quiere un par de zapatos nuevos, algunos privilegiados pueden gastar el equivalente de cuatro años de salario promedio en una sola tarde de compras.
Modistos de la talla de Jean-Paul Gaultier y de Paco Rabanne han realizado desfiles de moda en La Habana y top modelos como Naomi Campbell y Kate Moss eligieron esta isla para sesiones fotográficas. Y, pese al embargo económico, la capital cubana posee boutiques que ofrecen a precios exorbitantes ropa y calzado de marcas mundialmente conocidas como Levi's, Tommy Hilfiger, Calvin Klein, Guess, Reebok, Nike o Timberland.
Por las tardes, el centro comercial del Hotel Comodoro, al oeste de la capital, se anima con el ajetreo de compradores con dólares en la billetera, es decir una reducida clientela de jineteras, deportistas y artistas de renombre, de personas que reciben gruesas mesadas de parientes radicados en Miami y, de vez en cuando, algún funcionario gubernamental que ataca públicamente a la sociedad de consumo americana pero se muere por una prenda de marca.
Los que reciben dólares en con cuentagotas tienen que conformarse con la mercancía ramplona adquirida por Cuba a precios de saldo en rastros de la Ciudad de México o en la zona franca de Panamá y revendida en las tiendas cubanas con impuestos de hasta 240%. Por último, la inmensa mayoría que sólo ve dólares en las películas ha de contentarse con practicar el nuevo y popular pasatiempo capitalino de mirar y no comprar, pues en Cuba ya no existen tiendas de vestir a precios módicos y en pesos como hace diez años, cuando la URSS subsidiaba la economía nacional. La libreta de productos industriales, mediante la cual se podía adquirir ropa y calzado, se esfumó sin prevenir. Desde 1993 los cubanos están obligados a comprar su vestimenta en dólares o en tiendas que ofrecen piezas de segunda mano, procedentes de donaciones o decomisos, o que no tienen salida en los establecimientos que sólo aceptan divisas.
Carmen Díaz, una oficinista de 28 años, visita asiduamente los "shopping centers" con su hijo de ocho años "sólo para soñar". Entre Carmen y su marido ganan 400 pesos por mes (unos 20 dólares), que apenas alcanzan para pagar la comida del hogar. "Y ni siquiera eso, porque a mediados de mes tenemos que hacer una dieta de supervivencia, con caldosa y puré de papas o de plátanos burros", se queja Carmen. Sus ropas deslucidas delatan que desde hace más de diez años ni ella ni su marido han podido renovar su guardarropa. Su hijo tiene más suerte, pues solventes vecinos le regalan las prendas que ya no les van a sus hijos.
Desde principios de año, Carmen y su esposo ahorran 3 dólares mensuales para cambiar de "look" en 2002: "Con esos 36 dólares que habremos reunido en diciembre quisiéramos comprarnos un equipo decente de ropa." Un objetivo casi imposible, pues un conjunto de ropa y calzado deportivo de marca, por no hablar de un atuendo elegante, supera los 200 dólares, casi dos años de salario de un cubano de a pie.
Mientras unos pocos como Laura Ramírez, mulata de 19 años que alquila su cuerpo en dólares y hasta se anuncia por Internet, pueden gastar 500 dólares en ropa y perfumes en una sola tarde en la elegante boutique del Meliá Cohiba, la inmensa mayoría, como la oficinista habanera, cuida con celo su vestuario y ruega a Dios que el par de zapatos que usa desde hace diez años dure una temporada más.