"Sin la libertad de criticar, la alabanza no es halagadora; solo los pequeños hombres temen los pequeños escritos”, escribía Beaumarchais en
Las bodas de Fígaro. Hoy RSF denuncia a los
"pequeños presidentes", los que optan por atacar públicamente a los periodistas y medios de comunicación en lugar de responder a sus críticas.
Informar puede ser una tarea peligrosa en ciertos países y los periodistas, cuyas preguntas disgustan o cuyas investigaciones revelan la corrupción del poder público, se enfrentan a la ira de los Jefes de Estado. Algunos no toleran cualquier desacuerdo ni debate. Otros consideran toda crítica como un desafío, un acto de sedición, una conspiración, o una injerencia extranjera. Y otros, que podrían ser descritos como
"delincuentes reincidentes", parecen llevar a cabo campañas de hostigamiento contra los medios de comunicación o periodista que manejan el arte de su descontento. Por último, están aquellos que no se pronuncian, pues cuentan con un sistema de censura tan eficaz que no es necesario llamar al orden a los medios de comunicación. Desde alusiones discretas hasta amenazas de muerte, los estilos cambian según la región, pero el objetivo sigue siendo el mismo: silenciar la información.
“Cuando un jefe de Estado en ejercicio de sus funciones se permite lanzar invectivas contra los representantes de los medios de comunicación, que sólo hacen su trabajo informativo, se sobrepasa un límite”, señaló Christophe Deloire, Secretario General de RSF.
“¿Cómo pueden los periodistas trabajar en condiciones tranquilas cuando saben que el Estado está encarnado por una autoridad que los menosprecia, intimida, reprime, recrimina y transmite el mensaje de que es legítimo hacer esto?”, cuestionó.
Los ejemplos elegidos ponen de relieve, región por región, las tendencias en la relación entre el poder estatal y los periodistas. Estas frases, que de forma individual pueden parecer inocuas, evidencian el clima de tensión en el que los periodistas tienen que trabajar en algunos países.
AMÉRICA LATINA
En América Latina, muchos jefes de Estado no dudan en apuntar con el dedo a los medios de comunicación y en pisotear al periodismo durante las intervenciones públicas. Las invectivas de los líderes son frontales y contradictorias. Algunos incitan al odio y, a veces, a la violencia. Una tendencia especialmente preocupante: tales afrentas desde las alturas del Estado sólo pueden debilitar, aún más, la libertad de información, que ya sufre bastante en el continente y, lo que es peor, ser interpretadas como carta blanca para agredir a los periodistas.
Algunos jefes de Estado deciden atacar a los periodistas para evitar que se debatan las ideas. En los países donde la polarización política es muy fuerte y donde se favorece la instrumentalización de determinados medios de comunicación, es más fácil culpar de parcialidad o de conspirar contra el Estado a quienes se dedican a informar que responder a la crítica. El periodismo independiente ya no es una fuente de intercambio, sino de calumnia e injuria y, por lo tanto, no merece respuesta. Cualquier crítica contra la política pública puede ser equiparada a un ataque contra un país.
Precisamente estos jefes de Estado son quienes tienen el deber de garantizar la seguridad de sus conciudadanos según la
Declaración de Principios de la CIDH sobre la libertad de expresión, pero las invectivas contra la prensa de los presidentes Maduro, Correa o Hernández, alimentan un peligroso clima de censura, autocensura e impunidad.
Durante sus comparecencias públicas, en las que las intervenciones de los periodistas son mal recibidas, el presidente Nicolás Maduro no pierde ninguna oportunidad para acusar a medios de comunicación extranjeros como
CNN en español y
Miami Herald de enarbolar una
"campaña internacional" contra Venezuela. En un acto de entrega de viviendas sociales en septiembre de 2014, el presidente venezolano habló de un plan para "envenenar y verter su veneno en Venezuela y en el mundo", de violentos propósitos que denigran la objetividad periodística, y acusó a los medios de comunicación de subterfugios contra el país.
El presidente ecuatoriano, Rafael Correa, utiliza el mismo modelo en la prensa y los vídeos oficiales de
"correspondencia de los ciudadanos" (Enlace Ciudadano). En uno de estos discursos oficiales (Enlace Ciudadano
No. 424, del 16 de mayo de 2015) atacó al administrador del sitio Crudo Ecuador, le amenazó con
"responder con las mismas armas", y acusó a algunos periodistas de utilizar un
"discurso deshonesto de oposición que demoniza lo que es perfectamente legítimo, democrático y transparente", en respuesta a los comentarios del presentador de televisión Alfonso Espinosa sobre el proyecto de reelección indefinida.
Con motivo del día del periodista en Honduras, el 25 de mayo, el presidente hondureño, Juan Orlando Hernández elogió a su modo a la prensa, denunciando a
"estos pseudoperiodistas (que) ocultan, tergiversan e inventan, en su estado afanoso de incendiar al país", en respuesta a las acusaciones de malversación de fondos de la seguridad social en el país que involucran al Partido Nacional.
ÁFRICA
Los periodistas en el continente africano, a menudo catalogados de espías, terroristas, o traidores a la patria, son objeto de intimidaciones raramente investigadas y perseguidas, y de amenazas físicas y judiciales que pretenden disuadirles del ejercicio de su profesión. Bien con el amparo de unos sistemas judiciales poco independientes, bien por unos servicios de seguridad encargados de mantener la presión sobre los periodistas, los jefes de Estado de los países africanos no dudan en proclamar su amor por la libertad de prensa y la democracia mientras la reprimen de cuando en cuando…
De este modo, en 2011, el Presidente de Gambia, Yayah Jammeh, afirmó sobre los periodistas que
“representan menos del 1% de la población y si alguien espera que yo permita que ese menos del 1% destruya al 99% de la población, está en el lugar equivocado”. Y continuó:
“Yo no tengo oposición, hay personas que detestan el país y yo no trabajaré más con ellas”.
La investigación periodística y la oposición política se confunden a menudo en el continente africano, donde, si es verdad que existe una prensa politizada, el simple hecho de investigar cosas que afectan al Gobierno o de profundizar en las dificultades que atraviesa la población, se interpreta como odio a al país y a las autoridades.
En estas condiciones, los periodistas (y aquellos que los defienden) se encuentran atrapados.
“Carece de importancia que escriban o digan lo que quieran”, según el Presidente de Guinea, Alpha Condé, que añadió en sus declaraciones de noviembre de 2014:
“Yo no leo ningún periódico, no consulto Internet y no escucho ninguna radio”. Condé afirmó también sobre Reporteros Sin Fronteras que ya sabía lo que va a escribir RSF:
“No son ellos los que dirigen Guinea. No me importan las leyes internacionales o los derechos humanos (…) Todos van a respetar la ley en Guinea”. Si los periodistas no suscitan otra cosa que indiferencia al poder, cabe preguntarse por qué la alta autoridad de la comunicación en Guinea ha decidido prohibir las difusiones de debates en directo y limitar los pases de prensa entre los medios nacionales cuando se aproxima el periodo electoral.
El Estado de Zimbabue también tiene una estrategia contra los periodistas y sus preguntas
“idiotas”. Un periodista británico le preguntó al presidente Mugabe, en una reunión de la Unión Africana en El Cairo, en 2010, cuál era su legitimidad para considerarse presidente de su país. Ante la reacción violenta de los servicios de seguridad del Presidente, el periodista se defendió preguntándoles si le iban pegar delante las cámaras, a lo que Mugabe respondió:
“Deje entonces de hacer preguntas estúpidas”. De la misma manera, Mugabe espetó a un periodista, en abril de 2010:
“Yo no quiero ver un blanco delante”.
Al Presidente Mugabe no le gusta ver a los periodistas que le molestan y tampoco le gusta exponerse delante de ellos. En febrero de 2015, sus servicios de seguridad obligaron a muchos periodistas a eliminar las fotos que habían obtenido de una caída suya en el aeropuerto de Harare. Tratando de dar una imagen indestructible de un presidente que ha pasado ya los noventa, las miradas exteriores molestan.
EUROPA
“Cuando te veo, entiendo por qué siempre eres negativa. De todas maneras, nada positivo puede venir de ti (…) El hecho de que traigas estos temas no es sorprendente. Vienes de un medio de comunicación como ese y, claro, de una etnia que también es así. Lo haces a propósito”.
Así le contestó Milorad Dodik, presidente de la República Srpska -entidad serbia de Bosnia- Herzegovina-, a Gordana Katana, reportera del diario independiente
Oslobodenje, durante una conferencia de prensa el 14 de marzo de 2015 en la que la periodista le había preguntado por un familiar condenado a la cárcel. No contento con hacer tales declaraciones, Dodik pediría a la administración de su país que cancelase todas las suscripciones a
Oslobodjenje.
Presidente desde 2010, Dodik reina en la República Srpska, donde el clientelismo y la corrupción son habituales. En este contexto, es imaginable el descaro con el que el ultranacionalista recibe las preguntas incómodas de los periodistas. Tiene especial aversión a las preguntas de mujeres; como ejemplo, lo que le respondió a una periodista de 60 minutos, un magazín de televisión:
"¿Trabajas para 60 Minutos? Es realmente un programa de mierda. Un mejunje. (...) Veo que tú eres presentable, pero no eres guapa". No se trata de un caso aislado de agresividad contra los periodistas en los Balcanes, donde la estrategia es evitar que se interesen por los asuntos que implican al poder y desviar la atención creando polémica.
Un método aplicado en muchos otros países europeos. Dentro de la Unión Europea, la agresividad expresada contra los periodistas por prominentes figuras políticas está cada vez más a la orden del día. El año pasado, en Hungría, el viceprimer ministro calificó a los periodistas de investigación de
"traidores", argumentando trabajaban para
"una potencia extranjera". En Francia, los líderes del Frente Nacional, un partido de extrema derecha, la toman de forma habitual con los periodistas, intimidándolos e insultándolos. Una brutalidad que se ve cada vez más de un extremo al otro del espectro político francés.
EUROPA DEL ESTE Y ASIA CENTRAL
Los insultos contra periodistas forman parte del sistema de Erdogan caracterizado por el populismo, la conspiración y la intolerancia. En respuesta a las críticas, el presidente turco desacredita sistemáticamente a sus autores: en el mejor de los casos, los tacha de
"ignorantes", aunque por lo general los calificativos son
"agentes de la subversión",
"espías extranjeros" o
"terroristas" de un lado, o del otro. Estos ataques verbales reflejan la deriva autoritaria de Recep Tayyip Erdogan, que se crispa en una visión mundo cada vez más paranoica y en blanco y negro. El hecho de haber perdido la mayoría en el Parlamento debería abocarlo a buscar el consenso: ¿podría también detener esta práctica?
El lenguaje rudo y los comentarios inoportunos del todopoderoso gobernante de Chechenia alimenta el clima de arbitrariedad y de miedo que reina en la martirizada república. Al alentar la confusión entre la vida privada y la vida pública, Ramzan Kadyrov distribuye alabanzas y maldiciones en Instagram, entre dos fotos de su familia, amigos o colaboradores. La mala reputación del presidente checheno, los métodos expeditivos de su milicia y el trágico destino de muchos de sus oponentes bastan para dar a sus a palabras una importancia extrema.
Pero los excesos verbales son sólo parte de una amplia gama de métodos de intimidación. Con una propaganda que enrarece un clima cada vez más hostil, Putin generalmente evita los ataques directos contra periodistas críticos, aparentando ignorarlos. Los incólumes déspotas de Asia Central, ansiosos de mantener una estatura presidencial que a veces raya el endiosamiento, se cuidan de utilizar públicamente un lenguaje florido. Los líderes turkmeno, uzbeko y kazajo han aniquilado todo pluralismo, por lo que, de todas formas, casi no quedan periodistas críticos.
ORIENTE MEDIO Y ÁFRICA DEL NORTE
Detenciones abusivas, condenas arbitrarias, torturas, desapariciones forzosas… Los jefes de los Estados de Oriente Medio y Magreb recurren con frecuencia a otros medios además de los ataques verbales directos contra los periodistas a la hora de expresar su desprecio por la prensa.
De este modo, los periodistas son condenados en esta zona del planeta por
“difundir falsas informaciones que afectan a la seguridad del Estado”,
“apoyar o hacer apología del terrorismo”, o hasta
“alterar el orden público”. Se les acusa de ser o actuar como espías, mentirosos o incompetentes, mientras que pocos son los jefes de Estado que se han tenido que enfrentar a estas acusaciones públicas.
La mayoría de los jefes de Estado de la región reducen sus apariciones ante la prensa y dan pocas entrevistas. Es el caso del Presidente sirio Bachar el Asad, inaccesible desde el comienzo de la crisis siria. Siria es el país más peligroso del mundo para los periodistas. Lo mismo ocurre con el Presidente argelino Buteflika, que no se expone a los medios desde el deterioro de su estado de salud.
El Líder Supremo de Irán Ali Jamenei, no ha concedido ninguna entrevista ni ha dado ninguna rueda de prensa desde su ascenso al poder en 1989. En el año 2000 calificó a la prensa reformista, emergente tras las elecciones de 1997, como
“una base operacional de los enemigos extranjeros en el interior del país”. A estas afirmaciones le siguió una campaña de acoso a los periodistas y los medios de comunicación. Desde entonces se han cerrado al menos 300 medios considerados
“enemigos extranjeros en el interior del país”, se han censurado miles de páginas en Internet y más de 500 informadores han sido detenidos arbitrariamente, sufriendo torturas o largas condenas de prisión. Muchos otros han optado por el exilio. Esta represión afecta también a los nuevos medios y a los canales por satélite que emiten en Irán desde el extranjero. Irán es hoy en día una de las mayores cárceles del mundo de periodistas, como Egipto, donde el Presidente Sissi acusa a los informadores que se salen de la línea del gobierno de ser
“terroristas”.
En cuanto a las monarquías del Golfo, también se dirigen raramente a la prensa nacional y no la ofenden públicamente por para cuidar su imagen internacional. Los medios críticos independientes son poco tolerados por estos gobiernos, donde la censura y la autocensura son la tónica predominante.
ASIA
El 25 de marzo, el Primer Ministro tailandés, el general Prayut Chan-o-cha, respondía a una pregunta sobre las medidas que iba a adoptar contra los periodistas que se saliesen de la linea oficial, afirmando en un tono inequívoco:
"Les ejecutaremos probablemente".
Prayut Chan-O-Cha lidera una ofensiva contra todos los que no se adhieren a su política y defienden el derecho fundamental a criticar. Desde la introducción de la ley marcial, en mayo de 2014, el primer ministro amordazada a periodistas, medios de comunicación y blogueros que considera demasiado críticos contra él y la junta.
En las semanas siguientes, las declaraciones públicas del Primer Ministro tailandés, siempre hostiles contra la prensa, pusieron de manifiesto el total desprecio que tiene por la libertad de información y sus defensores, a los que considera una amenaza para el país.
Para Prayut Chan-o-cha, los periodistas no deberían ejercer la función de contrapoder. Al contrario, deberían
“ejercer un papel importante de apoyo a las acciones del Gobierno, facilitando una comprensión de las políticas públicas y reduciendo los conflictos entre la sociedad”. Toda una lección de periodismo impartida en la
“jornada de los periodistas” en Tailandia.
El Primer Ministro de Vietnam, por su parte, concibe a los periodistas como un enemigo mal intencionado y no duda en calificar las informaciones sobre corrupción en el Partido Comunista como
“estrategias infames de fuerzas hostiles”. Al menos 27 internautas y blogueros están encarcelados en Vietnam, un país donde el Primer Ministro Nguyen Tan Dung amenaza a los internautas críticos con el Gobierno con
“castigos severos”. Sólo en el año 2012, las autoridades vietnamitas persiguieron al menos a 48 blogueros y defensores de los derechos humanos, que fueron condenados a un total de 166 años de cárcel y 63 años de periodos probatorios.
En China, resulta extremadamente raro que su presidente se manifieste sobre la libertad de prensa. En noviembre de 2014, en una rueda de prensa con su homólogo Barak Obama, Xi Jinpig, habló del tema.
“¿El gobierno chino va a autorizar a los periodistas extranjeros trabajar en territorio chino?” le preguntó, no un periodista chino, sino de uno de TheNew York Times en relación con la publicación de una investigación en 2012 sobre el patrimonio de la familia del entonces Primer Ministro, Wen Jibao.
“La solución la deben buscar aquellos que han causado los problemas”, contestó el Primer Ministro Xi Jinping. Estas acusaciones contra la prensa extranjera no fueron condenadas por la comunidad internacional, como debería esperarse. Según el Club de Corresponsales extranjeros en China, uno de cada diez periodistas ha sido amenazado con la retirada del visado por causas relacionadas con su trabajo. El
New York Times no ha podido todavía renovar los visados de sus corresponsales, rechazados por Pekin sistemáticamente.
En Birmania, el Presidente Thein Sein hizo la siguiente advertencia a los medios de comunicación en una de sus intervenciones radiofónicas:
“Si la libertad de los medios amenaza la seguridad nacional en lugar de ayudar a la nación, estad prevenidos, porque tomaremos las medidas efectivas en virtud a las leyes existentes”. Desde 2014, al menos un total de siete periodistas están encarcelados en Birmania, un país donde las autoridades se han erigido en los garantes de la ética periodística y castigan severamente a aquellos medios a los que acusan de haber incurrido en
“falta de profesionalismo”.
La seguridad nacional, las amenazas a los intereses del Estado o incluso la sedición, son recursos habituales de los jefes de Estado asiáticos para amordazar a los periodistas. El Primer Ministro de Malasia, Najib Razak, invoca la sedición con frecuencia -un delito agravado tras una reciente reforma legislativa- para iniciar acciones penales contra los periodistas y blogueros que critican al poder, como por ejemplo, el caricaturista Zunar. El Primer Ministro no ha dudado en amenazar directamente a los medios con llevarlos ante la justicia. Afirma estar dispuesto a recibir
“críticas constructivas”, pero ordena redadas policiales contra aquellos que denuncian abusos de poder. Las autoridades de Malasia pretenden así disuadir a los medios de comunicación que siguen intentando cubrir libremente la vida política del país.