Un coronel retirado, pierde el poder y las prebendas, y descubre la realidad de su país. Un cuento alegórico que revela, mejor que un análisis sociológico, las contradicciones de la sociedad cubana.
Por Manuel Vázquez Portal
Un coronel retirado, pierde el poder y las prebendas, y descubre la realidad de su país. Un cuento alegórico que revela, mejor que un análisis sociológico, las contradicciones de la sociedad cubana.
El día que lo vieron rumbo al mercado, short de colorines, canillas pálidas, barriga fláccida, la gente empezó a dejar de respetarlo o de admirarlo o de temerle. El caso es que ya no es el mismo Rodolfito, para unos; mi hermano, para otros; coronel, para todos. Las estrellas que tanto le costó alcanzar parecieron apagarse. La autoridad que siempre lo acompañaba fue mermando con el paso de los días sin súbditos. El jeep cuatro puertas, ruso, que llegaba en los atardeceres con el vientre cargado y hacía de la vida hogareña un paraíso, no aparcó más frente a su casa. La casa de la playa para los ardientes veranos del Caribe se tornó recuerdos y nostalgias. El Lada que llevaba a la niña al preuniversitario se quedó definitivamente en el cuartel.
Comenzó a jugar dominó con los vecinos, a ponerse al tanto de la vida del barrio. Supo que las jineteras, un poco lo eran porque querían vivir como su hija y tener a alguien que las llevara a pasear en automóvil como hacía él con su Rebequita.
Conoció que la gente se aventuraba en una balsa porque eran muchos los discursos y pocos los frijoles. Porque el monólogo era muy largo y ellos querían también tener lengua. Porque los sueños terminaban donde comenzaba "el deber revolucionario".
Comprendió que los jóvenes tenían dos lenguajes: uno, para las reuniones del Comité de base de la Ujotacé (Unión de Jóvenes Comunistas), y otro, para "ligar" un "yuma" (americano) que los sacara del país, y que en vez de doble moral, no tenían ninguna a la cual respetar.
Entendió que el dólar era dueño y señor de la calle, que el anexionismo del que le hablaban como una amenaza era una realidad y que un vecino con "remesa" ocupaba el lugar de distinción que antes ocupara él.
Descubrió que esa unanimidad que revelaban las elecciones del Poder Popular no era más que molicie y agazapamiento, inercia y miedo. Que la Revolución no era más que un fósil al cual algunos miraban con lástima, otros con gula, y los más, con burla.
Se sintió al fin, un hombre confiable, ya sin atributos sospechosos, a quien se le dice la verdad por aquello de que está pasando por las mismas calamidades que todos. En sus tardes vacías, sin estados de alerta, citaciones urgentes, acuartelamientos prolongados, tuvo tiempo para percatarse de que su hija era una resentida, hasta con él mismo, y que lo culpaba de sus frustraciones. Para ella el pasado de comodidades y prebendas no valía nada si ahora su reputación de comunista y su título universitario no significaban más que un empleo con mísero salario, un jefe que no tenía en consideración que su padre había sido coronel, un futuro de incertidumbres y reuniones.
Fue testigo de la violencia callejera sin que pudiera remediarla. Vio a un bicicletero veloz arrancarle del cuello una cadena a una muchacha sin que nadie tuviera tiempo de intervenir. Vio a un guapetón de navaja y diente de oro zangolotear a un jovencito en el agromercado por el simple hecho de que le regateara el precio de unos plátanos maltrechos. Vio una riña de borrachos que entre palabrotas y pedradas, toletazos y trompones, rompieron la tranquilidad nocturna a la salida de una discoteca. Vio, en la playa, a una manada de muchachones asaltar una guagua, abordarla por los ventanillos y dejar boquiabiertos a quienes llevaban horas esperando el ómnibus. Vio eso. Vio todo. Vio más y se sintió indefenso sin pistola, sin carnet, sin uniforme, sin aliento.
El primer día de mercado, que le brindó el placer de saber cómo vivía la gente simple, compartir con ellos la cola para el pescado, escuchar sus opiniones, ver las fajatinñas por un turno en la fila, despotricar contra el sacrosanto comandante, y vincularse, al fin, estrechamente a las masas –como exige el Partido-, le reveló al país en toda su belleza, grandeza, heroicidad.