Parece que las autoridades cubanas no estén nada contentas con que algunos artistas extranjeros hayan contribuido a sacar a Compay Segundo y a sus semejantes de la miseria y del anonimato que padecían desde hace lustros. En todo caso, la película de Wim Wenders está sometida a una especie de "embargo".
Por Adolfo Fernández Sainz
Parece que las autoridades cubanas no estén nada contentas con que algunos artistas extranjeros hayan contribuido a sacar a Compay Segundo y a sus semejantes de la miseria y del anonimato que padecían desde hace lustros. En todo caso, la película de Wim Wenders está sometida a una especie de "embargo".
El documental Buena Vista Social Club del cineasta alemán Wim Wenders ha dado la vuelta al mundo entero y sin embargo, pocos Cubanos lo han podido ver. Hasta hoy no ha sido estrenado oficialmente en Cuba y nunca ha aparecido en la programación regular de los cines.
Para los habaneros no ha sido exhibído más que una vez en un cine de ensayo, la Cinemateca de Cuba, con gran misterio e intriga. La entrada era por invitación: solo pudieron asistir unos pocos privilegiados y sus contactos. También apareció fugazmente durante el Festival de Cine Latinoamericano de La Habana en diciembre último. Este Festival se celebra cada año y en cuestión de dos semanas se exhiben centenares de películas, de modo que cualquier obra que salga en pantalla en ese mare mágnum se nota menos. El resto del año la programación de los cines es harto aburrída.
Muchos cubanos ni siquiera conocen la existencia del documental. En Cuba, lo que no aparece en TV no es noticia; éste es el medio de mayor penetración en la uniforme sociedad cubana. Si el documental fuera exhibido por la televisión, se convertiría sin duda en un gran acontecimiento cultural, sobre todo para los de la tercera edad, que se identificarían de inmediato con el triunfo de sus coetáneos.
Tampoco ha aparecido en la prensa cubana ninguna crítica que rinda honor al gran éxito del documental. Mientras tanto, el pueblo todo disfruta de la música de "los viejitos maravillosos".
Todo parece indicar que el documental ha tocado alguna fibra sensible. Después de todo, a nadie le gusta que le descubran los talentos dormidos en su propio patio, máxime si somos nacionalistas, ni que le hagan demasiado hincapié en la marginalidad en que vivían. Y como tuvieron que venir foráneos a redescubrir estos diamantes sepultados, la cosa no ha gustado a los funcionarios del Ministerio de Cultura, que seguramente estaban demasiado ajetreados en la organización de congresos dedicados a la defensa de la cultura cubana.
Cuando el guitarrista estadounidense Ry Cooder se topó con estos ancianos totalmente olvidados, desahuciados por el arte revolucionario que demandan las amplias masas de obreros y campesinos, sus vidas transcurrían en la miseria, pasando hambre, limpiando zapatos, pidiendo limosna y ahogando en alcohol barato sus nostalgias de mejores épocas, víctimas del "periodo especial", la aguda crisis económica en que ha estado sumida Cuba en este mundo sin Muro de Berlín. El milagro, sin embargo, llegó demasiado tarde para Carlos Embale, otra gloria de la música cubana, gran vocalista, cantante del Septeto Nacional de Ignacio Piñero, quien murió en absoluta pobreza, desatendido por la burocracia intelectual, más preocupada por la influencia de la globalización neoliberal en la cultura cubana.
En la última edición del Grammy Latino el pasado septiembre en Los Angeles fue concedido a Ibrahim Ferrer el premio al artista novel del año, distinción que recibe por primera vez un artista asentado en la Isla. Pero la crítica cubana olvidó los elogios al ganador y se dedicó a hacer política atacando el carácter comercial del premio.
También para las nuevas generaciones de Cubanos son "noveles" Compay Segundo, Eliades Ochoa y Rubén González, que al igual que Ibrahim Ferrer ya habían dado por concluida su carrera artística. Los jóvenes están redescubriendo perdidos matices del amplio diapasón musical cubano.